Continuismo Fatal- Arturo Montoya Ramírez
“Hasta que la dignidad se nos haga costumbre”
Sin equipararme con los columnistas más encumbrados de los principales medios de comunicación me atrevo al menos a imitarlos en su costumbre de expresar las razones por las que se han decidido por una de las opciones en las contiendas electorales. Ahora se trata de la elección presidencial este próximo 29 de mayo. Lo hago en uso del derecho a expresar mi libre opinión pues no tengo impedimentos ni legales ni éticos para hacerlo y no comprometo con ello al medio en el cual me expreso.
Muy por el contrario, son las consideraciones éticas las que me dictan que en las condiciones de injusticia y de desigualdad social tan extremas como las que vivimos en Colombia, y ante la posibilidad de que estas se prolonguen como consecuencia, no de unas elecciones libres y transparentes, sino de un fraude monumental que tuerza la voluntad popular o de la acostumbrada campaña de miedo y de mentiras, o por una ruptura institucional a través de un golpe antidemocrático, esas condiciones, digo, me obligan a expresar lo que dicta mi consciencia so pena de convertirme en cómplice y testigo mudo de peores días para el sufrido pueblo colombiano.
Lo afirmo con la autoridad moral que me concede el hecho el no tener intereses personales, ni burocráticos, ni económicos por la opción elegida, ni en este ni en anteriores eventos electorales. No pasa lo mismo con mis querencias políticas a las cuales sí me atan toda una vida de acercamiento a las colectividades que hayan optado por la reivindicación de los derechos de los desposeídos, aquellos a los que el escritor Eduardo Galeano llama los “nadie”, mayorías que han sido adiestradas en la sumisión y el engaño de que ni siquiera tienen derecho a tener derechos, pero sí su satanización por reclamarlos. En mi juventud tuve la fortuna de encontrarme con educadores que me acercaron a las ciencias sociales como instrumento, tanto de conocimiento como de transformación de las sociedades, de un lado y a la doctrina social que hizo carrera en la iglesia católica, la llamada Teología de la Liberación que resumía su propósito en la “opción por los pobres”; doctrina que pervive entre quienes entendemos que el ser humano tiene derecho a gozar de una existencia digna, con los derechos fundamentales que la hagan posible, realizados.
Lastima el corazón la cruda realidad colombiana que nos revela como uno de los países más inequitativos del mundo, con altísimos niveles de pobreza y vulnerabilidad (70% de la población) y 21 millones de pobres, entre los que cunde el hambre. Por eso mismo he elegido en cada evento electoral la opción en la que encuentro más cercanas las posibilidades de transformación de esta deplorable situación. Por esta razón no me inscribo en ningún caudillismo, pues creo que no permite, por sí mismo, comprender la esencia de los fenómenos sociales y políticos pues distraen y deseducan al sujeto político.
Dicho lo anterior y observando las alternativas que ofrece este evento electoral es evidente que alrededor del candidato del continuismo se han juntado quienes encarnan todo lo que hoy el pueblo colombiano quiere cambiar. Allí están quienes han detentado el poder por muchísimos años, por lo tanto, son ellos y nadie más que ellos los culpables del estado de postración y vergüenza ante el mundo en la que tienen a la sociedad colombiana. Son quienes han configurado este impresentable remedo de sociedad en la que la corrupción desbordada nos otorga otra vergonzosa figuración: ocupamos ya el primer lugar en esta clasificación internacional. Mientras, el pueblo carece de lo que han prometido en todas las campañas electorales: alimentos, paz, justicia social, oportunidades, tierra, vías, empleo, pensiones, salarios “justos”, vivienda digna, educación, ambiente sano y un largo etcétera de frustraciones, engaños y mentiras. Ellos exhiben como obra de tantos gobiernos lo peor que tenemos como sociedad y es precisamente lo que el candidato del continuismo representa y se cuida de criticar.
Dicho de otra manera, con un gobierno del continuismo seguiría el modelo de tenencia y uso de la tierra que no garantiza ni la seguridad ni la soberanía alimentarias ni condiciones de existencia dignas para nuestros campesinos; seguiría la intermediación de las EPS que hacen del derecho a la salud un negocio, preferentemente; seguiría siendo un privilegio la educación de calidad, seguiría el crédito para la economía popular en manos del gota-gota y el del sistema financiero como un negocio de intereses insaciables; seguiría el sistema judicial que no garantiza justicia pronta y equitativa; seguiría el sistema clientelar de elección de los mismos que llegan a los cargos públicos a perpetuar el sistema corrupto de contratación y de robo de los recursos públicos. Y bien grave, seguiría creciendo el narco-paramilitarismo a pesar de que caigan algunas fichas que pronto son reemplazadas. Es claro pues, que el cambio no puede llegar de la mano de quienes tienen el poder desde siempre no para solucionar los problemas del pueblo colombiano sino para enriquecerse junto con un círculo de funcionarios a su servicio.
La alternativa en el planeta en el planeta real al continuismo que representan Uribe-Duque-Pastrana-Gaviria-Federico, la que realmente ofrece los cambios requeridos para empezar las transformaciones que eviten la profundización de la catástrofe que atravesamos, esa alternativa la encarna la fórmula Petro Presidente-Francia Márquez Vicepresidenta. Lo es, no por unción celestial sino por representar un acumulado de experiencias, de saberes y de luchas del pueblo colombiano que se plasman en el programa de gobierno del Pacto Histórico, recopilado por un sólido equipo académico y la diversidad del movimiento social que conforma la sociedad colombiana. Así que no hay improvisación en las propuestas del Cambio por la Vida; el verdadero salto al vacío vendría de la mano del continuismo que eligió al peor candidato, en un acto temerario y de desafiante irresponsabilidad, como queriéndonos repetir la fatal dosis de Duque, todo un fracaso como gobernante. Difícil encontrar quien quiera un Duque 2 como presidente.
Ñapa 1: El paro armado del Clan del Golfo (urabeños llaman algunos) reveló el verdadero rostro de la tal “seguridad democrática” y su remedo, “paz con legalidad”. Ganaron las “trizas”.
Ñapa 2: Ahora los fracasados de siempre llaman al pueblo a que voten por ellos mismos para salvarnos de ellos, los causantes del fracaso.