LA HORA DE LA JUVENTUD

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Por:

Arturo Montoya Ramírez


“Mi mayor miedo es que esto pare y todo siga igual”. Afiche portado por un joven manifestante en una de las marchas del Paro Nacional.
Se había reclamado la poca presencia de los jóvenes en eventos definitivos de la historia reciente del país, el más sobresaliente, el plebiscito por la paz para refrendar los Acuerdos de La Habana entre el Estado colombiano y la guerrilla de las FARC. Pero hay que destacarlo, el Paro Nacional, convocado por las centrales obreras y muchos movimientos sociales ha contado con la presencia mayoritaria de los sectores juveniles de la nación. Corresponde a los negociadores con el gobierno poner entre las reivindicaciones más importantes las que atañen a la juventud. Se debe pagar la deuda histórica forjada en muchos años de exclusión.
Los antecedentes más cercanos de las actuales movilizaciones juveniles los encontramos en las lideradas por la MANE (Mesa Amplia Nacional Estudiantil) en 2011, que derrotó una Ley de Educación Superior que quería imponer el gobierno Santos y, en su lugar, proponía una Ley Alternativa de Educación; luego, en 2018, el paro universitario reclamando financiación suficiente para la educación pública, para llegar a las históricas jornadas de protestas ciudadanas y cacerolazos del paro nacional a partir del 21N en 2019. La respuesta del gobierno de Duque fue su negativa a reunirse con los convocantes y armó el show de la llamada Conversación Nacional. Pero cuando se suponía que debía presentar las conclusiones del desgastante y evasivo proceso, llegó la pandemia y el correspondiente confinamiento. Para el gobierno significó una tabla de salvación que permitió, de momento, la burla al movimiento. Quedó convencido de que el descontento social ya se había diluido.
Con la llegada de la pandemia afloraron múltiples problemas. El pésimo manejo dado a la misma por el gobierno nacional vino a acentuar las condiciones deplorables de vida que traía una parte considerable de la población. Los confinamientos impidieron el popular rebusque, recurso desesperado al que debe acudir una porción importante del pueblo colombiano para no morir de hambre. Las ayudas alimentarias, herramienta necesaria para garantizar la disciplina en el confinamiento, fueron insuficientes en grado sumo. Los recursos que países de la región con economías comparables destinaron a los más necesitados triplicaron los nuestros. Inhumana mezquindad.
Cuando las cifras de desempleo general, según el DANE, entre febrero y marzo de 2021 ronda el 13.5%, el desempleo juvenil (entre 14 y 28 años) muestra una cifra del 23,9 %, es decir, aproximadamente uno de cada cuatro jóvenes en el país no tiene trabajo. Caso más dramático el del desempleo juvenil femenino: se encuentra en el 31,3 % en el mismo período; en otras palabras, una de cada tres mujeres jóvenes no tiene empleo. Muchos de ellos están entre el 90% que se presentan a la Universidad y no logra entrar pues la oferta de cupos es solo para el 10%. Quedan en condición de Ni-Nis, ni estudian ni trabajan.
En medio de este oscuro panorama social y económico el gobierno cometió el grave error de proponer una reforma tributaria que pretendía arrancar del seno de los sectores más golpeados por la crisis los recursos que había entregado como regalo a los grandes capitales en la reforma de 2019 más lo que había gastado en la pandemia más lo que se suponía necesitaba gastar a futuro en lo que falta de ésta. En total, unos 23 billones de pesos: Lo que corresponde a unas tres reformas tributarias en una sola. Craso error y falta de cálculo político al no medir la reacción social que ha tenido semejante atropello.
Hoy están los jóvenes en una situación de “no futuro”, pero tampoco tienen un presente, reclamando un lugar en sociedad. Están en la primera fila de las marchas. Lo hacen con entusiasmo, con alegría, con generosidad, pero también con rabia con esta sociedad que los tiene excluidos, arrinconados y fuera de eso reprimidos, violentados en su derecho a expresarse, a reclamar, con un tratamiento de enemigos de guerra por parte de un aparato de represión adoctrinado en la escuela del enemigo interno como tratamiento para la eliminación del reclamante. Consecuencia de este trato ya se cuentan, al cerrar esta columna, más de 70 muertos según la ONG Temblores, miles de detenidos, cientos de desaparecidos y de heridos. Lo sabe y lo ha reclamado la comunidad internacional: la fuerza pública en Colombia ha actuado con exceso de fuerza y se debe investigar y castigar a los culpables que no solo se encuentran entre los agentes de seguridad. Unos funcionarios civiles con capacidad legal dieron órdenes, otros, desde fuera del Estado instigaron a la violencia.
En los diálogos que apenas comienzan debe oírse a los jóvenes en sus justos reclamos de educación, empleo, cultura, deporte, arte, recreación, y garantizarles presupuestos públicos suficientes para que lo acordado tenga cabal cumplimiento y no caigamos en una frustración más, como es costumbre al final de cada período de agitación social; razón por la cual, en cada paro nacional, concurren tantos sectores sociales a reclamar del Estado cumplimiento de acuerdos logrados en movilizaciones anteriores. La paciencia se acabó y la cuerda ya no aguanta más. Que no se cumpla el temor expresado en el afiche que inicia esta columna: que una vez pare la agitación, para los jóvenes, todo siga igual.
ÑAPA: Como si fuera poco, para los jóvenes las cosas pueden empeorar. Pasados los episodios de represión colectiva en las marchas y plantones se empezó a presentar una campaña de perfilamientos, seguimientos y hostigamientos individuales. No por notarse menos, deja de ser desconocimiento y ataque al derecho a la protesta. Muy grave. No los podemos dejar solos.

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