Oriente antioqueño entre una guerra rediviva y una paz esquiva

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Corría el año de 1978 cuando siendo estudiante de Mecánica Industrial en el Instituto Salesiano Pedro Justo Berrio de Medellín, con un compañero de clases y de andanzas llegué al municipio de El Peñol, en el oriente de Antioquia, por aquel entonces se llegaba por una carretera polvorienta, arrieros y mulas pululaban por el parque principal. La razón de ir; aquel polvoriento pueblo que recuerdo, iba a desaparecer bajo las aguas de un megaproyecto que era el embalse El Peñol- Guatapé ejecutado por Empresas Públicas de Medellín, era la concreción de un estudio que terminó en 1957 y que se oficializó en 1961 y que en 1978 era una realidad sumergiendo al pueblo bajo las aguas.

El oriente Antioqueño se había convertido así en una región de importancia geoestratégica para los intereses del capital, que veía en la generación de energía un importante renglón de acumulación de capital y de poder económico y político.

Vendría la década de los ochenta, dos hermanos: Carlos y Alirio Buitrago, dos catequistas cristianos de Cocorná, que lideraban un movimiento social que se oponía a la venta de predios y a la construcción de la hidroeléctrica de San Carlos fueron asesinados junto con otros tres líderes el 17 de septiembre de 1982, después de esta masacre varios dirigentes populares, entre ellos el sacerdote Bernardo López Arroyave se alzarían en armas contra el Estado y los poderes económicos que en la región a fuerza de terror y muerte sentaban las bases del monopolio del agua y la comercialización de la energía; negocio tan rentable que Roque, un dirigente sindical radiografío en un texto: “el precio de las nubes”.

Al decir del barbudo de Tréveris, la acumulación primitiva del capital surge chorreando sangre por todos los poros. La consolidación del oriente antioqueño como un polo de generación y distribución de energía no estuvo exenta de tal adagio; fueron el desplazamiento, el asesinato, las masacres, las desapariciones, las políticas de tierra arrasada, el terror; los métodos bajo las cuales se impuso la idea de la “pujanza paisa” y el estandarte de un “polo de desarrollo”.

La guerra se extendió por toda esta zona como la “mancha de aceite” (obra de César Uribe Piedrahita). El movimiento Cívico del Oriente de Antioquia, fue exterminado a sangre y fuego, los grupos paramilitares en connivencia con las fuerzas estatales y como estrategia de estado (Ver recientes declaraciones de Mancuso ante la Sala de conocimiento de Justicia y Paz del Tribunal Superior del distrito Judicial de Barranquilla), y como contraparte las fuerzas guerrilleras que les hicieron frente, convirtieron al oriente de Antioquia en un escenario de guerra de dimensiones dantescas, donde municipios como San Carlos pasaron de tener 25.000 habitantes a 5.000; 30 de sus 74 veredas abandonadas, 33 masacres (CNMH, 16 de marzo de 2020).

Dos hechos bajaron la intensidad del conflicto: el negocio del “yo con yo” con los paramilitares en Santa Fe de Ralito 2003, el exterminio de las fuerzas insurgentes en el oriente Antioqueño (Operación Marcial), y el posterior acuerdo de Paz con las FARC-EP en la Habana (Cuba) 2016.

No obstante, para el capital y los poderes políticos y económicos en el oriente antioqueño, la “guerra” en el área de las Hidroeléctricas fue un triunfo; nunca se tuvo en cuenta la zona como PDET, las victimas algunas regresaron de manera colectiva o individual a las veredas de poca

importancia económica, nunca se habló de participación política de las victimas (16 curules para las victimas), no se dio la reparación ni la indemnización, si acaso actos de reconocimiento de responsabilidad. Lo mas grave, las estructuras herederas del paramilitarismo no fueron desmanteladas y siguieron actuando impunemente y con mayor libertad en el territorio; no se esclareció la participación de la fuerza pública (Ejército y Policía) en las acciones violentas en la Región.

Para esta martirizada región de Antioquia el panorama actual es de una guerra rediviva, los reductos de grupos armados y delincuenciales comienzan a reagruparse y a tomar incidencia en el sojuzgamiento y disciplinamiento social de la población; el área de las Hidroeléctricas fue “recuperada” para la generación de energía y convertida en corredor turístico; pero su área aledaña, la región de acceso a la zona, los municipios de Rionegro, El Carmen, Marinilla, Guarne, el Retiro. Región de grandes proyectos de construcción y de urbanización reciente, se convierten en un botín para las bandas delincuenciales que se trasladan de la ciudad de Medellín, y afincan su dominio territorial y económico.

Así lo evidencian las acciones delincuenciales en el territorio, las instituciones tanto civiles como militares y de policía diseñan planes de contención o de fortalecimiento de la represión, como los concejos de seguridad y la reciente solicitud del Alcalde de Marinilla a la IV Brigada del ejército de crear un grupo de Reacción Inmediata para contener la expansión de los grupos armados que hacen presencia, “fuego para contener el fuego”.

Vemos como nuevamente sigue creciendo esa espiral de violencia, de una paz incompleta, resurge la guerra como el ave fénix, ya que ni las causas que originan el conflicto se superaron, ni se tuvo en cuenta a las víctimas, ni se restañó el tejido social tan crudamente destruido. He aquí al oriente antioqueño en la encrucijada entre una guerra rediviva y una paz esquiva.

ROLANDO ACEVEDO Abril 04 de 2021 

Excomandante Compañia «Jacobo Arenas» de las FARC

Firmante de los Acuerdos de Paz

Analista del Conflicto Colombiano

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