Nunca antes se había sentido una ruptura tan profunda entre Antioquia y el resto del país como la que vivimos hoy. No se trata de una percepción exagerada, sino de una realidad construida a pulso por cálculos políticos fríos y oportunistas. Hoy, desde el poder departamental y desde influyentes clanes regionales, se promueve activamente un discurso de aislamiento, resentimiento y confrontación con el Gobierno Nacional. Esta estrategia tiene nombres propios: el gobernador Andrés Julián Rendón y la llamada Casa Quintero, cuya influencia se ejerce con fuerza desde el Oriente Antioqueño.
El episodio de la inauguración de la Feria Aeronáutica y la ridicules en las declaraciones del gobernador Rendón Cardona, del alcalde Fico Gutiérrez y hasta del alcalde de Rionegro Jorge Rivas con sus reclamos infantiles es, sin lugar a dudas, una demostración más de ese peligroso divorcio que se promueve en «Modo Antioquia».
No es casualidad. Esteban Quintero, Senador de la República, primo hermano del gobernador Rendón e hijo del exsenador Rubén Darío Quintero, del Centro Democrático, se ha convertido en uno de los principales amplificadores de esta narrativa rupturista. Desde Rionegro y otros municipios del Oriente, su voz —y la de su círculo político— incluida su caja de resonancia publicitaria-MiOriente-repite a diario mensajes de odio, desconfianza y victimización. Para ellos, cualquier intento de interlocución con el Gobierno Nacional es sinónimo de traición. Lo suyo es una cruzada política que se disfraza de defensa regional, pero que en realidad apunta a posicionamientos personales y cálculos electorales.
Andrés Julián Rendón, por su parte, ha asumido la gobernación como una tribuna de confrontación constante. Cada declaración, cada publicación en redes sociales, va cargada de una hostilidad estudiada, no tanto contra decisiones específicas del Gobierno, sino contra la idea misma de la nación compartida. Su visión de Antioquia es la de un departamento que se bastaría a sí mismo, ajeno a cualquier cooperación con Bogotá. Es una apuesta peligrosa y anacrónica.
Desde el Oriente Antioqueño —una región clave por su dinamismo económico y su papel como eje de crecimiento del departamento— se ha montado un auténtico laboratorio de polarización. Aquí se incuban y propagan los discursos de odio que, lejos de representar los intereses de sus habitantes, los están dejando sin oportunidades reales. Mientras se fomenta este divorcio político, Antioquia pierde proyectos de infraestructura, frena inversiones, debilita su capacidad de gestión nacional e internacional.
En el corto plazo, esta estrategia puede parecer rentable para sus promotores. El discurso de confrontación moviliza electores, genera identidad, divide para reinar. Pero en el mediano plazo, la factura puede ser alta. Porque mientras el país avanza en nuevas formas de cooperación territorial, integración económica y diálogo político, Antioquia corre el riesgo de quedar encerrada en una burbuja de autocomplacencia y orgullo mal entendido. Y quienes hoy están montados sobre esa ola de confrontación, podrían verse arrastrados por su propio extremismo.
La historia política colombiana ha demostrado una y otra vez que los liderazgos que siembran odio, cosechan rechazo. Y que quienes olvidan que Antioquia es parte integral de un proyecto nacional, terminan aislados y debilitados.
Este es un momento crucial. El departamento y la región necesita liderazgos que hablen con firmeza, sí, pero también con inteligencia política, con visión de futuro, con capacidad de tender puentes en lugar de volarlos. No podemos permitir que la narrativa del odio siga ganando espacio, ni que el Oriente Antioqueño se convierta en una isla gobernada por clanes familiares más preocupados por mantener cuotas de poder que por resolver los problemas reales de la gente.
Dentro de esa misma lógica maquiavélica divide y reinaras, de control político y beneficio privado, desde donde se promueve la creación de un Área Metropolitana en el Oriente Antioqueño que, más que una herramienta de planificación regional, se perfila como una plataforma para expandir de forma descontrolada la mancha urbanizable hasta 80 kilómetros. Este proyecto, diseñado para favorecer a grandes intereses inmobiliarios, no el desarrollo regional, proyecta un crecimiento poblacional de hasta dos millones y medio de habitantes en el Altiplano, lo que no solo pondría en riesgo ecosistemas estratégicos y recursos hídricos, sino que consolidaría un modelo de crecimiento orientado al lucro de unos pocos. Así, mientras venden la idea de integración, lo que realmente buscan es perpetuarse en el poder a través de un multibillonario negocio que mezcla política, urbanismo y concentración económica, con miles de millones de pesos por debajo de la mesa.
Lo que está en juego no es un debate político cualquiera. Es el lugar que Antioquia y el Oriente Antioqueño quiere ocupar en el futuro del país.
Es hora de decidir qué tipo de liderazgo queremos para Antioquia y para el Oriente Antioqueño. ¿Uno que piense en el próximo mensaje para las redes, o en la concentración del poder detrás de un Área Metropolitana o uno que piense en las próximas generaciones?