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De una bola de trapillo a una marca con propósito: la historia de Sandra Liliana, una emprendedora que aprendió a “hacer empresa” con la Cámara de Comercio

Hay emprendimientos que nacen por necesidad, pero se sostienen por convicción. En el Oriente Antioqueño, Sandra Liliana es una de esas mujeres que decidió reinventarse después de la pandemia y encontró en un material cotidiano —y altamente contaminante— la materia prima para construir algo más grande que un producto: una causa. Todo empezó con una…

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Hay emprendimientos que nacen por necesidad, pero se sostienen por convicción. En el Oriente Antioqueño, Sandra Liliana es una de esas mujeres que decidió reinventarse después de la pandemia y encontró en un material cotidiano —y altamente contaminante— la materia prima para construir algo más grande que un producto: una causa.

Todo empezó con una “bolita” de trapillo, ese residuo textil que suele terminar en la basura. Un día, al llevarle una de esas bolas a su papá, Sandra cayó en cuenta del impacto ambiental que había detrás de ese material. “Me di cuenta que esto contaminaba demasiado… y había que ayudarle al planeta, poner como mi granito de arena”, cuenta. Y ahí, donde otros ven desecho, ella vio oportunidad.

La diferencia, explica, está en no comprar el material ya procesado. “Ese no es el chiste. El chiste es cogerlo así, partirlo, coserlo, darle la orma… convertirlo en artesanías”. En esa frase se resume su manera de hacer las cosas: trabajo manual, paciencia, técnica y una idea poderosa de economía circular. Darle una segunda vida al textil es, para ella, darle también “una segunda oportunidad al planeta”.

Con el tiempo, sus manos aprendieron a transformar “un trapito” en centros de mesa, tapetes, bolsos, mochilas y amigurumis. Pero el verdadero reto no estaba solo en crear, sino en sostener la creación en medio de la vida diaria. Dos hijas, pareja, reuniones, ferias, casa. “Toca sacar tiempo donde no lo haya”, reconoce. Y aun así, entre el cansancio y la disciplina, llegan las pequeñas grandes victorias: comprar lo necesario para sus hijas, llevar un electrodoméstico nuevo al hogar y saber que ese dinero salió de su oficio. “Me generó economía para mi propio hogar”, dice con orgullo.

En su municipio, el emprendimiento también se volvió colectivo. Ferias locales, salidas al parque y un almacén de emprendedores construido con el aporte de muchos hacen parte de ese ecosistema donde cada quien pone una semilla para que todos crezcan.

Pero hay un punto de quiebre en su historia: el momento en que entendió que emprender no es solo vender. “Ser empresaria no es solo crear empresa, eso lleva mucha cosa”, afirma. Y es ahí donde aparece el acompañamiento de la Cámara de Comercio del Oriente Antioqueño.

Sandra reconoce que la Cámara le abrió puertas “de una manera impresionante”. Su marca, que antes no tenía una identidad clara y se llamaba Crochet Talento 33, se transformó en Color Trama. El cambio nació de una capacitación donde comprendió que una marca no es solo un nombre: es claridad de lo que se ofrece, coherencia, presentación y estrategia.

De esas formaciones salieron decisiones concretas: tarjetas con mensajes para sus manillas, una tarjeta personal más elegante, el uso articulado de Facebook, Instagram y WhatsApp, mejores fotografías, fondos adecuados y una estética pensada para atraer al cliente. Pero, sobre todo, aprendió lo que muchos emprendedores pasan por alto: costear bien, llevar inventario, ordenar la contabilidad y diferenciar la plata del bolsillo de la plata de la empresa. “Eso es lo que evita que el emprendimiento quiebre”, asegura.

En su relato hay otro hilo fundamental: el impulso a otras mujeres. Sandra habla con orgullo de abrir caminos para que más se sientan capaces de crear y de mostrar al mundo lo que hacen con sus manos. Para ella, emprender no es competir, es tejer redes: la marquilla se la hace otro emprendedor del municipio; el café que la acompaña mientras trabaja es de una compañera; el crecimiento es compartido.

Su meta está clara: tener un local, ampliar su visibilidad más allá de las redes sociales, llegar a otros municipios, a otras ciudades, y quizás viajar con su producto. Pero, sobre todo, inspirar. “Que no se rindan… todo lo que ven ha sido de años”, repite. Y deja un mensaje que es consejo y advertencia a la vez: disciplina, formación, contabilidad y aliados. “Hay que saber aprovechar las oportunidades”.

En tiempos donde la economía suele explicarse solo con cifras, la historia de Sandra Liliana recuerda algo esencial: los territorios también se transforman con manos. Y cuando esas manos encuentran orientación, formación y acompañamiento institucional, no solo nace una marca: nace un proyecto de vida con futuro.

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