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Opinión | Circo para el pueblo: una vergüenza en Argelia de María

Es totalmente inaudito —por no decir indignante— que el municipio de Argelia de María, en el Oriente antioqueño, uno de los más pobres y golpeados por el conflicto armado en Colombia, haya destinado más de mil millones de pesos en dos fiestas durante el último año. Un municipio donde la totalidad de la población es…

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Es totalmente inaudito —por no decir indignante— que el municipio de Argelia de María, en el Oriente antioqueño, uno de los más pobres y golpeados por el conflicto armado en Colombia, haya destinado más de mil millones de pesos en dos fiestas durante el último año. Un municipio donde la totalidad de la población es víctima del conflicto, donde el acceso a derechos básicos sigue siendo un lujo, donde la inequidad es brutal, y donde la historia política está manchada por la corrupción de varios de sus exalcaldes, no puede —ni debe— justificar semejante despilfarro.

En Argelia no hay un hospital en condiciones óptimas para el servicio, no hay suficientes vías en buen estado, el desempleo es alto, la educación sufre carencias estructurales, y la inversión social es mínima. ¿Cómo se entiende entonces que se prioricen eventos festivos por encima de las necesidades urgentes de la comunidad? ¿Cómo es posible que se gasten cifras escandalosas en lo que parece un «circo para el pueblo», una distracción diseñada para hacer olvidar la falta de gestión, la precariedad institucional y los graves problemas administrativos?

El argumento de «fomentar la cultura» o «promover el turismo» se cae por su propio peso cuando los resultados concretos no existen y cuando la inversión en lo básico sigue ausente. La cultura, sin duda, es fundamental para la identidad de los pueblos, pero debe ser un complemento, no un reemplazo de la atención a las necesidades esenciales. Y sobre todo, debe ser gestionada con transparencia, austeridad y sentido común.

La realidad de Argelia de María no da para celebraciones multimillonarias. Da para declarar una alerta social y económica. Da para exigir rendición de cuentas, planes de desarrollo con enfoque territorial, y una participación ciudadana real que no se limite a aplaudir artistas en tarima mientras la administración local esquiva sus verdaderas responsabilidades.

Esto no es nuevo. La historia reciente de este municipio ya está marcada por sanciones penales y disciplinarias a exalcaldes por corrupción. La repetición de patrones nos dice que no se trata de errores aislados, sino de una práctica sistemática de desvío de prioridades. Y eso es lo más grave: que el poder local sigue viéndose como un botín de ocasión más que como una oportunidad de transformación.

Una sola persona, la mayor contratista del municipio a través de terceras personas y negocios fantasmas, es quien maneja los hilos del poder en el municipio subiendo a los últimos cinco alcaldes, entre ellos varios familiares y a la nefasta Flor Day Granada Valencia que terminó condenada por delitos contra la administración pública.

No se trata de negar la posibilidad de que el pueblo celebre. Se trata de que esas celebraciones no se financien con recursos que deberían aliviar el dolor y la deuda histórica con una comunidad víctima del abandono estatal. Se trata de que la administración pública responda con ética, con visión de futuro, y con respeto por la dignidad de sus ciudadanos.

Hoy, lo que debería estar en la agenda de Argelia de María no son fiestas, sino políticas de reparación, inclusión, y equidad. Porque mientras se siga privilegiando el espectáculo, el circo, sobre la gestión, el municipio no solo seguirá siendo pobre: seguirá siendo injustamente silenciado por la música de eventos, y los comentarios de los escopolaminados a los que les robaron sus pertenencias, y hasta su vida, y que esconden el vacío de las decisiones, de su alcalde Diego López, que realmente importan.

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