El Salón del Nunca Más: un faro de memoria y resistencia

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La violencia ha marcado profundamente la historia de Granada, Antioquia, así como la de Colombia en su conjunto. En medio del dolor, la desesperanza y el olvido que suele dejar la guerra, surgió el Salón del Nunca Más, un espacio comunitario de memoria que, en mi opinión, representa una de las iniciativas más valiosas para la reconstrucción de la verdad histórica y la dignificación de las víctimas. Su existencia no solo transforma a Granada, sino que también ofrece un ejemplo potente para todo el país.

Primero, el Salón del Nunca Más tiene una función esencial: reconocer a las víctimas. En un país donde las cifras del conflicto muchas veces deshumanizan a los afectados, este lugar rescata los nombres, los rostros y las historias individuales. No son números, son seres humanos con sueños, familias y proyectos truncados por la violencia. La memoria personalizada que guarda el Salón honra esas vidas, ofrece un espacio de duelo a las familias y garantiza que quienes murieron o desaparecieron no sean condenados al olvido.

Además, considero que este espacio cumple un rol de sanación social. Granada vivió masacres,

 desplazamientos, atentados terroristas y múltiples hechos atroces. El Salón se convierte en un sitio donde la comunidad puede procesar el dolor colectivamente. No se trata de revivir el sufrimiento, sino de resignificarlo, de encontrar en la memoria un camino hacia la resiliencia. Este proceso es vital para reconstruir el tejido social desgarrado por décadas de guerra.

Desde una perspectiva nacional, el Salón del Nunca Más es un ejemplo de que la memoria no debe ser impuesta desde arriba, sino construida desde las bases, desde las voces de quienes directamente vivieron el conflicto. Es un recordatorio de que la memoria es un derecho, y que negarla o invisibilizarla perpetúa las heridas. Colombia necesita más espacios como este, donde las víctimas tengan el protagonismo y donde la historia se cuente de forma plural, sin borrar los matices del sufrimiento vivido.

Finalmente, pienso que el Salón del Nunca Más tiene una importancia fundamental para la construcción de una paz duradera. Recordar no es estancarse en el pasado; es comprender las causas profundas de la violencia para evitar repetirla. La memoria, cuando es viva y activa, educa a las nuevas generaciones y siembra en ellas el deseo de no volver a caminar los caminos de la guerra.

El Salón del Nunca Más es mucho más que un museo: es un acto de resistencia, un homenaje al amor por la vida y un compromiso con la paz. Granada ha demostrado que, en medio del dolor más profundo, es posible construir memoria, sanar heridas y ofrecerle a Colombia una lección de dignidad y esperanza. El reto ahora es que como sociedad escuchemos esas memorias, las valoremos y nos comprometamos a que, verdaderamente, sea un «nunca más».

Escuche aquí las coordinadoras del Salón del Nunca Más:

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