LA EUTANASIA: UNA DECISIÓN DESDE EL AMOR

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El viernes, a las 12 del medio día, se cumplió la decisión de mi vecina, doña Blanca, de hacerse la eutanasia. Una decisión que tomo conscientemente desde mayo pasado como respuesta a una enfermedad terminal que la aquejaba y a los dolores que sentía todos los días más intensos en su cuerpo.

Siempre he pensado, y así se lo hice saber a mis hijos desde hace algún tiempo, que el día que ya no sea vital, que ya no le aporte a la vida, ni al universo, haré exactamente lo que hizo mi vecina. Como un acto de ternura con la vida y de profundo amor por quienes me rodean.

La eutanasia es el procedimiento médico consciente, intencional y voluntario mediante el cual se le pone fin a la vida de un paciente terminal, o sea, sin expectativa alguna de mejoría, con el fin de ahorrarle mayores sufrimientos y dolores.

A pesar de que la eutanasia parte de un principio humanitario, que es el de acortar el sufrimiento innecesario de otro individuo, su aplicación y aceptación es enormemente polémica en las diferentes culturas y legislaciones, generalmente establecidas sobre el derecho inalienable a la vida.

El jueves participé de la última cena a la que mi vecina invitó a su familia y allegados, a pocas horas de emprender ese viaje sin retorno por el que opto hace meses. Esperé ver algún asomo de debilidad en su decisión, alguna frase o gesto de arrepentimiento de su opción, pero no fue así. La sentí tranquila, y hasta feliz, compartiendo con todos los presentes el mondongo que habían preparado.

Me contó su hija Daniela que días atrás su mamá había llorado cuando le contaron sobre la muerte súbita de un conocido. Le pregunto por qué lloraba y su respuesta me dejo perplejo: «Estoy llorando de tristeza porque él no se pudo despedir de las personas que amaba, yo por el contrario tengo la oportunidad de hacerlo con todos ustedes».

Antes de despedirme de doña Blanca le pedí permiso para escribir este Editorial sobre su decisión, lo hice en voz alta para que todos los asistentes se enteraran, y su comentario fue: «Muchas gracias don Oscar, me va a hacer famosa».

Su hija Daniela me contó ayer que sus últimos minutos, antes de iniciar ese viaje sin retorno que ella misma decidió emprender hace meses, fueron bonitos. Que se había ido feliz.

Para mí la decisión de doña Blanca, al elegir una muerte digna frente a una vida sin calidad, fue un acto absolutamente valeroso de su parte.

Esa decisión, esa opción, nos dejó a todos los que la conocimos una enorme enseñanza ética; es posible elegir una muerte con dignidad.

Buen viento y buena mar, doña Blanca.

 

 

 

 

 

 

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