BUEN VIENTO Y BUENA MAR A LA ETERNIDAD MI QUERIDO FEDERICO

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Conocí a Federico Carrasquilla cuando yo era apenas un niño y mis padres tuvieron que llegar a vivir al Barrio Popular Número Uno. Era un Sacerdote diferente, uno que hablaba en sus misas de las injusticias sociales y que andaba en bus como todos nosotros.

Pronto me encarreté, fui su acolito y empecé a participar de los diferentes grupos parroquiales, donde hablamos de los problemas del barrio, pero también de las soluciones que debíamos buscar.

«Ver-Juzgar y Actuar» era su manera de asumir la vida y eso se fue impregnando en todos nosotros. Unos más, otros menos, pero para todo el Barrio Popular, fundamentalmente los más jóvenes, fue una escuela que aún permanece.

Unos años más tarde me consiguió cupo en el Seminario Menor de Medellín de donde me echaron al poco tiempo por cuestionar una institución alejada de la realidad de la gente, con un Dios muy lejano que había olvidado al Jesús acompañante de la vida y crítico del poder. Una iglesia absolutamente acomodada y servil.

Hacíamos las semanas santas y las culturales como expresiones colectivas de nuestras realidades sociales y, poco a poco, empezamos a construir en combites el Barrio. Uno con mucha pobreza, pero donde la solidaridad y la fraternidad eran nuestro sustento.

Cuando la Policía llegaba a desalojar alguna casa, porque hubo una época en la que había desalojos todos los días, Federico se ponía la sotana y empezaba un rosario que duraba el tiempo necesario para que pasará la «hora judicial» y no se pudiera realizar el desalojo.

De las casas de cartón pasamos a las de adobes. Las calles se fueron pavimentando. Llegaron los buses opcionales, la primera ruta de buses opcionales que hubo en el país. Es decir, que en el barrio pagábamos dos o tres veces más caro el transporte, que para nosotros no era público sino opcional. La opción sino pagábamos era caminar desde Villa Socorro que era la terminal del servicio público.

Federico, Jaime y yo trabajábamos en un taller haciendo llaveritos que «Fede», como lo llamábamos todos o «Chepe», quienes le teníamos más confianza, le vendía a las monjas y curas de todo el mundo y que nos ayudaba a sustentar nuestros gastos.

El momento más duro que vivimos como comunidad fue cuando el entonces Arzobispo de Medellín y quién fuera después Cardenal, Alfonso López Trujillo, emprendió una persecución sin cuartel contra nuestro sacerdote Federico. Era claro que encarnaban dos visiones muy diferentes de iglesia. Una, la del Cardenal, mafiosa y la otra, la de Federico con los pobres, y desde los pobres.

A Federico, por la persecución eclesial, le dio un derrame cerebral.

Un tiempo después mataron, en un acto de intolerancia, a mi hermano Tomas y decidimos irnos del barrio, pero nunca perdimos contacto con Fede, quién de cuando en cuando iba a almorzar a la casa.

Cuando viví el exilio me lo encontré en Bruselas, en uno de sus viajes a dictar conferencias sobre las experiencias del Popular, y tuvimos una larga conversación sobre el país y sus posibilidades de futuro. Creía como yo que la corrupción es el peor pecado de este país, uno que ha permeado todo, y que no permite que los recursos se inviertan en las necesidades de las comunidades.

Hace unos años decidí hacer un documental para que él mismo contara su historia de vida, completa, desde su niñez. Por horas conversamos y grabamos para lograr este testimonio periodístico que hoy se convierte en un tesoro.

Hace unas semanas nos encontramos en un acto en el que resaltaban el trabajo poético de mi madre. Fue maravilloso escucharlo irreverente e iluminador.

Esta mañana me avisaron que había muerto quién fuera mi mentor y mi maestro. Desde la muerte de mamá no había sentido tanta tristeza.

Buen Viento y buena Mar querido Federico.

Descansa en Paz!

 

 

 

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